EL CUENTO QUE ME JODIÓ (sobre estados alterados de consciencia)
Este libro trata sobre estados alterados de consciencia (la mayor parte drogas alucinógenas mediante), enfermedad mental y crítica al comportamiento sectario y magufo. Lo más duro fue escribirlo. Lo más difícil, reestructurarlo y acomodarlo a mi orientación actual.
Quizá debería haberme estado quieto. Quizá no debería haber tocado más este libro, pero me daba demasiada vergüenza, e incitaba demasiado al error según mi perspectiva actual de las cosas y de la vida.
De hecho, le he cambiado hasta el título. Este libro se llamaba en sus dos primeras ediciones «La historia de nada», con la maravillosa cubierta de Daniel Luna Sol.
El libro se compone de muchos escritos independientes entre sí en principio. Es decir, se escribieron en origen como artículos o ensayos independientes. Es tan solo a posteriori cuando vi que cuadraban dentro de algo más extenso.
Estos escritos en principio independientes, tienen que ver entre sí de forma trasversal, y no siempre respetando la linealidad del tiempo. Tan solo espero haber realizado bien mi labor a la hora de juntarlos todos con el objeto de que formen un solo cuerpo, y que no haya mensajes duplicados y pifias por el estilo…
Cuando escribí este libro por primera vez bajo el nombre de «La historia de nada», tuve muchas dudas. Estuve a punto de no hacerlo, y lo mismo sucedió con respecto a publicar. Y es que aquí me desnudo por completo, tanto con mis reflexiones como con mis vivencias, y desnudo a los demás. Quizá por ello, y para que no resulte un libro de carácter acusatorio, y quizá incluso por miedo, muchos nombres están ocultados. Espero que esto se entienda.
No está aquí plasmado mi mejor lado, y no todo es excusable con respecto a la enfermedad que padezco. Hasta dónde puede llegar uno dependiendo de las circunstancias quizá sea debido a esas mismas circunstancias y ese uno mismo (sea lo que sea esto).
«La historia de nada» estaba llena de reflexiones magufas que, en la actualidad, como decía, no tienen sentido alguno para mí. Esta serie de interpretaciones usurpaba el papel del psicólogo y del psiquiatra en un acto de egolatría que me llevó hasta a corregir el diagnóstico, proponiendo uno para mí mismo.
No quiero caminar más en el error, y eso cuesta. Los pareceres de uno, no son más que eso, pareceres. Tan solo la ciencia, y la psicología, en este caso, basada en ella, pueden objetivar lo subjetivo; o tratar de hacerlo, al menos. Quizá los diagnósticos a veces no sirvan más que para joder en vez de para ayudar, pero a lo mejor de esto no tienen culpa los profesionales, sino los medios de comunicación, y una sociedad crédula e ignorante en su mayor parte.
¿Y cómo, pretendiendo yo objetivar lo subjetivo, hablo en la mayor parte del presente de contenidos exclusivamente subjetivos? Porque la experiencia, más en estos terrenos, me parece harto interesante; tanto, como para escribir un libro cuyo grueso sea esta, sin que de ello deba extrapolarse recomendación, parámetro, máxima o generalidad alguna.
Lo que me ha pasado a mí, debe considerarse de forma aislada a no ser que busquemos algo en común para extraer de ello algún dato, y de eso ya se encarga la ciencia. Yo solo escribo, que es una de las pocas cosas que, creo, sé hacer de una forma más o menos digna.
Hablando de escribir, hay textos en este libro que contienen faltas de ortografía. Esto es así adrede, ya que a partir de cierto momento de mi experiencia como escritor decidí hacerlo así. Las razones, ya las he dado en más de una ocasión, por lo que no voy a repetirme.
Supongo que, para empezar, hay que hacerlo desde el principio. Mi primer escarceo con los estados alterados de consciencia fue el aquí descrito (respiración mediante), y lo tuve antes de mi primera experiencia con drogas alucinógenas. En este escrito, describo los contenidos vividos durante dicha experiencia. En otra parte del libro (ANEXO V), describiré lo que pasó alrededor de dicha experiencia en aquel fin de semana.
Mi experiencia, tal cual yo la recuerdo, fue de lo más confusa. La verdad es que me costó alcanzar el estado requerido. Cuando la música se hizo más serena y relajante, yo seguía con la respiración acelerada que me debía llevar a un estado alterado de la consciencia. Oía gritos y lamentos, era lo más parecido, supuestamente, a un ambiente de manicomio, pero estaba tan concentrado en mis sensaciones personales que no estaba preocupado en exceso, si bien una parte de mí retenía todos y cada uno de los gritos. P se acercó un par de veces para manipularme. Esto, supuestamente, soltaría mis sentimientos reprimidos para facilitar la experiencia, pero más que ayudarme me molestó y entorpeció sobremanera. Los puntos en los que me aplicó la presión fueron el plexo solar y el bajo vientre, causándome gran dolor.
A parte de estos detalles, lo que fue la experiencia en sí llegó más tarde, considerablemente más tarde.
De repente mi mente experimentó una sensación difícil de describir con palabras. Fue como la expansión de una nube que no sabía que llevaba dentro, en la cual se encontraba implícito un placer descargado de todo propósito.
Y así, sin más, me dejé arrastrar por mi propia interiorización. De las imágenes que entonces se desarrollaron guardo un recuerdo más o menos limpio dentro de lo que cabe, aunque la visión fue degenerando en una sucesión de imágenes inconexas y caóticas como las que se tienen antes de que el proceso del sueño dé comienzo.
Previamente a este suceso, antes de que mis visiones se convirtieran en una amalgama sin sentido, se me presentaron algunas muy definidas. Lo primero que asaltó mi mente fue la serie de vivencias y emociones que ocuparon mi vida aquel fin de semana; en especial baile, mucho baile, unas veces con uno o una, otras veces con otro u otra. Todo giraba y giraba, oscilaba en rededor de ese punto de gravedad que era yo mismo. Estas imágenes se intercalaban con otras; en especial, recuerdo la máscara que se puso mi eventual compañero durante una de las prácticas. Era de una fría blancura, una llamarada de inexpresividad luminosa, un latido inexistente de un ser superior, cuasi-divino, inspirador del mayor terror y la mayor paz nunca imaginables.
También recuerdo un sol, oscuro, algo totalmente anómalo. Su imagen blanca se combinaba aquí y allá con la negra; una materia brotaba de la otra, como una erupción, aunque ninguno de estos términos es correcto del todo. Ninguno de los dos matices perdía o ganaba, era como un armonioso y extraño baile. Lo único con lo que se me ocurre alguna clase de analogía es con los fractales generados por ordenador.
Otra cosa que recuerdo son luces, muchas luces del alumbrado público; luces de ciudades enteras, o a trozos oníricos que permanecían en la oscuridad. Esta fue la única visión que permaneció hasta el final intercalándose con las demás. Las dos visiones de las que acabo de hablar, la del sol fractal y la del alumbrado público, son a las que presté menos atención, pasándolas por alto al comentar mi experiencia.
Todo esto se iba enarbolando al baile, el cual, conforme iban avanzando las visiones paralelamente, se tornaba más y más oscuro, hasta verme bailando con un cadáver descarnado, girando y girando sin parar. Aquí es donde desemboca la visión, tornándose, como ya decía, más oscura y explícita a un mismo tiempo.
Recuerdo mil y un mareas de oscuridad oleosa. Su textura era la de una bruma líquida, de pesada acidez amarga. Ríos de petróleo discurrían por entre lo negro, no había nada más que oscuro desierto.
Aparte de todo esto, recuerdo dos imágenes con especial nitidez: la de mi padre sonriendo, y la cara de mi madre en forma de vidriera resquebrajada en la cual, en vez de ojos había dos espacios tras los que se revelaba una profunda infinitud, entreviéndose algunas estrellas de fondo. De repente, la vidriera-rostro reventó en mil pedazos, mostrando lo que tan solo se dejaba entrever por los huecos de los ojos: el firmamento infinito.
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