La ola - Die Welle
CRÍTICA DE LA PELÍCULA LA OLA
Por Arantxa Carceller. Periodista
Desde la curiosa mirada de Hipatia queremos rescatarles este film alemán de 2008, La ola, dirigido por Dennis Gansel. En esta ocasión, nuestra crítica la hemos relacionado con el ámbito de la educación y la pedagogía de las emociones.
Hannah Arendt, en su libro Eichman en Jerusalén, al hablar sobre la “banalidad del mal” hacía referencia a la actitud de algunos individuos que actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. Estas actuaciones no conllevan reflexión alguna, tan sólo la mera ejecución de las órdenes. En todo régimen totalitario, los individuos quedan subordinados a la voluntad del Estado. El hombre se despoja de toda condición humana y, sin desacatar las directrices de su gobierno, es capaz de convertirse en verdugo en cuestión de segundos. Sorprendentemente, personas que llevaban una vida que podríamos tildar de normal se transforman en sabuesos sedientos de sangre.
En la película La ola -Die Welle– , observamos esa evolución unidireccional, ya que, partiendo de unas premisas se deriva hacia un régimen de terror y subordinación, en el cual, se anula cualquier voluntad al margen del grupo. La ola engloba una falsa ideología de integración por parte de cada sujeto integrante, pues, lejos de ser un movimiento juvenil donde cada cual puede manifestar sus opiniones por heterogéneas que se presenten, todos quedan sometidos a un pensamiento único. ¿Cómo educar en la diversidad si anulamos todas las identidades existentes en el aula? ¿Acaso supone alguna amenaza crecer en una sociedad multicultural? Implícitamente, pueden existir muchas respuestas, ya que, ¿de verdad, creemos vivir en una sociedad inscrita en la pluralidad o somos meros productos de marketing y marcas al servicio de una voluntad pautada por nuestro sistema capitalista y globalizador? Pero, ¿cómo nace este pequeño oleaje hasta derivar en un auténtico tsunami?
Quizá hoy en día nadie crea posible, sobre todo en la Alemania actual, el resurgimiento de una dictadura. Sin embargo, el hombre ha demostrado a lo largo de la historia que al alcanzar ciertas cotas de poder, y fundamentalmente, sentirse respaldado o protegido por un colectivo, como puede erguirse empuñando el despotismo más aberrante. Ya vimos en la película El Experimento como emergía un sistema autoritario al crear una comunidad de poder donde el sentimiento de pertenecer a un grupo y, al mismo tiempo, sentirse protegido por el mismo, hacía que los hombres experimentasen conductas de odio y dominación. De una forma similar ocurre en La ola, pues, a través de un intento pedagógico, por parte del profesor, de mostrar a su alumnado como las dictaduras no son entes fantasmagóricos del pasado, reproduce un sistema autocrático donde se anulan las voluntades e identidades colectivas. Pues, durante la película el profesor decide empezar un experimento con sus alumnos para demostrar lo fácil que es manipular a las masas. Y de ahí, a través de la susceptibilidad, de la irracionalidad, instaurar un régimen totalitario donde la voluntad individual queda subordinada a la voluntad colectiva, la cual, puede llegar a ser autodestructiva y demoledora.
Durante la película observamos la evolución de los personajes en pro de sus intereses, los cuales, derivan hacia un egocentrismo exacerbado. La actitud del profesor y de una de las alumnas –que se distancia del movimiento La ola– de una forma divergente exaltan “sus tiranías personalizadas”, es decir, el ego del uno y del otro les hace actuar de manera dictatorial con los demás. De hecho, en el mundo real, ese escenario cotidiano al otro lado de la gran pantalla, el ser humano, mezquino y egoísta, establece relaciones de dominación, ya sea desde pequeños ámbitos a otros de amplitud mayor. Por ejemplo, en numerosas ocasiones en el colegio siempre hay un fuerte, o un alumno que cree sentirse superior y respaldado, y otro débil o vulnerable. Por otro lado, y a una escala macro, la corrupción política es una forma tiránica hacia los intereses globales del pueblo, el cual, ha delegado en su dirigente político el ejercicio de búsqueda del bien común. Por otra parte, dentro del film también aparecen personajes muy estereotipados, puesto que, encontramos a individuos de familias desestructuradas, a chavales con falta de autoestima y, quizá, a jóvenes que en un mundo donde la globalización no les da canalización a sus intereses, a modo de rebeldía se sumergen en este movimiento, ya que, se sienten integrados en un sistema que no los margina sino los escucha y les da participación en función de sus gustos.
De ahí, que a medida que va progresando el largometraje los intereses, las vulnerabilidades, los deseos, el poder, la camaradería, el miedo, la vanidad, etcétera, hacen brotar esa corriente –La ola– de culto a la personalidad y, posteriormente, al dogmatismo e intolerancia ciega. Pues, se exhibe esas dicotomías fuertes-débiles que ensalza dicho movimiento como un todo dentro de la sociedad y, por ello, el trágico desenlace final. Tras esa locura o delirio colectivo, una vez se intenta frenar el movimiento por parte del profesor es representativa la actitud del estudiante que se revela contra la disolución de La ola, pues, sin ella él no es nadie. Esto recuerda claramente al suicidio llevado a cabo por la mayoría de los dirigentes nazis que no entendían el fututo sin el nacionalsocialismo. Y después, el silencio, el vacío, la realidad, nadie puede explicar qué ha pasado. Esto también recuerda la actitud de aquellos que participaron en los campos de concentración, aquellos que un día fueron zapateros, limpiadores, y, posteriormente verdugos, o aquellos que miraron a otro lado con la voz guardada en el bolsillo durante la Alemania nazi.
Por ello, como bien ejemplifica la película las dictaduras pueden resurgir en cualquier momento, ya que, las masas son fácilmente manipulables. Sin embargo, ¿qué lectura podemos extraer de esta experiencia absolutista al querer extrapolarla a las aulas? Fijemos nuestra vista en los movimientos de renovación pedagógicas, en las tendencias educativas hasta el momento, en el boom de noticias psicóticas sobre la violencia en las aulas, etcétera y largos ríos de tinta, pues, si algo queda patente en las estructuras educativas es que impera ese sistema de homogeneización del pensamiento donde sólo los más válidos u aptos alcanzan la gloria. Es decir, antiguamente lo que vanagloriaba a un estudiante era un expediente académico intachable, de notas excelentísimas, no obstante, desde las nuevas corrientes pedagógicas se aboga por una pedagogía que atiende a las emociones, actitudes, inquietudes de un alumnado cambiante y heterogéneo. Ya en la lectura del Torpe Pennac, o en la película Lugares comunes, se habla del sufrimiento, de los fracasos, de los intereses desatendidos y, por ello, esa catalogación de alumnos brillantes o estrellados. De ahí, desde la reivindicación del movimiento de renovación pedagógica se busca ese compendio o equilibrio entre los intereses del alumnado y el mundo del conocimiento.
Por otra parte, y al margen de los parámetros pedagógicos no olvidemos el auge que tuvo en Europa la extrema derecha en países como Francia –Le Pen-, Austria –Haider- u Holanda –Wilders- en fechas recientes, pues, como demostraron los analistas del momento ante una situación de vulnerabilidad o vacío las masas son fácilmente maleables. Por ende, la importancia de educar en la diversidad y pluriculturalidad, ya que, la educación a través del conocimiento y el saber debe crear individuos libres y críticos con el objetivo de potenciar una sociedad más equitativa. Pues, como aboga José Antonio Antón Valero, miembro del equipo educativo de la ONGD Entrepueblos y de la red para la comunicación y la educación EntreLinies, “la escuela, es un escenario posible de crítica que permite el cuestionamiento de modelos sociales hegemónicos y puede dar a conocer otros, alternativos”.