Lama Djampa Gyatso, el falso defensor de las mujeres.
Me ha costado mucho escribir este testimonio, más de un año y medio desde que salí de la secta. Me ha costado más, si cabe, ahora, cuando sé que el que fue mi maestro y mi agresor está gravemente enfermo. Pero me he decidido a escribir porque la enfermedad, aunque siempre es algo lamentable y no sea algo que le desee a nadie, no quita las responsabilidad de los actos que uno hizo cuando estaba con salud y en plenas facultades.
No diré mi nombre ni el de las otras mujeres que fuimos víctimas de este falso maestro, abusador sexual y espiritual, por nuestra protección, ya que en su día al salir del grupo este hombre amenazó con denunciarme si contaba mi historia. Pero creo que ya ha llegado el momento de que se destape la verdad.
En mi caso, conocí el grupo de este falso lama, llamado Tantra Budista, a través de una amiga. Me interesaba el budismo y me sedujo la idea del Tantra tal y como nos la explicó el “Lama”: como un camino espiritual serio y profundo, dónde el sexo era sólo una parte y que era considerado algo sagrado. Sus enseñanzas estaban impregnadas de un discurso a favor del empoderamiento de “lo sagrado femenino” y de las mujeres. Yo, que desde siempre me había interesado encontar un camino de crecimiento más allá del patriarcado, enseguida me sentí atraída por lo que explicaba.
No me podía imaginar que ese interés legítimo mío iba a desembocar en la manipulación emocional y psicológica que tendría lugar progresivamente a lo largo de los años. Porque a una no le comen la cabeza de un día para otro.
La persuasión coercitiva es un guiso a fuego lento.
Este hombre, que es un empresario de éxito y que tiene una máscara social exquisitamente construida, consiguió a la largo de los años ganarse mi confianza: a través de sus enseñanzas, a través de un ejemplo al parecer impoluto, a través de su apoyo a mi práctica espiritual en retiros de meditación. Esto junto con una doctrina, la del Vajrayana, que enfatiza muchísimo en la devoción al maestro eran el caldo de cultivo perfecto para el abuso sexual y de poder.
Este sucedió tres años después de entrar en el grupo, cuando yo ya me había implicado en el proyecto de la comunidad, en la meditación y en las enseñanzas hasta la médula, cuando me había impregnado tanto de devoción que dudar de él me era imposible. ¿Cómo iba a dudar de mi maestro, que era tan magnífica persona en todos los aspectos de su vida y cada día me lo había demostrado? No digo que muchas de sus buenas acciones no fueran reales, pero sus malas acciones e intenciones también lo fueron, a pesar de que estas las ocultaba para continuar proyectando su imagen de sabio y benefactor.
Al final de un retiro, este hombre al que yo consideraba mi guía espiritual sinceramente, me propuso enseñarme la práctica de la unión. Una práctica, cómo ya nos había explicado numerosas veces en los retiros, que era muy secreta y que solo se enseñaba a practicantes avanzados. Esta práctica implicaba, por si no quedaba claro, tener relaciones sexuales con él. En ese momento dije que no porque estaba en pareja y no me sentía capaz de hacer esa práctica sin sentirme mal por ello. En principio, me dijo que no pasaba nada y yo creí que todo volvería a ser como antes.
Pero al parecer era muy importante para él tener relaciones conmigo porque a las pocas semanas de aquel episodio volvió a insistir, esta vez ofreciéndome una “oportunidad espiritual” todavía más avanzada: ayudarle como consorte en un retiro de la práctica de la larga vida. Esto implicaba no sólo seguir un horario de retiro, como yo ya estaba acostumbrada, sino realizar prácticas específicas de la unión sexual desde la perspectiva de las enseñanzas de larga vida con él. Algo que habían hecho grandes maestros de nuestro linaje, me explicaba, para que yo viera la importancia de su propuesta. Volví a dudar, pero sentía por sus palabras que si decía que no, estaría equivocándome como practicante porque estaría poniendo mi apego a mi relación de pareja por encima de las enseñanzas. Además, él siempre me lo decía: yo no era de nadie, la monogamia era un tema del patriarcado y si mi pareja de verdad me mereciera y me quisiera, no se interpondría en mi camino espiritual. Con muchísima duda y culpa, al final fui a ese retiro.
No voy a relatar cómo fueron aquellas tres semanas pero efectivamente hubo relaciones (no tan espirituales como yo me había imaginado) y el sufrimiento y la culpa por lo que estaba haciendo me comieron viva, cosa que a él no le agradó, ya que demostraba que no estaba “viviendo el presente” y que no estaba “liberada” de los celos de mi pareja.
Al volver a casa, y a pesar de que este señor me había hecho prometer que no hablaría de este retiro con nadie, mi sentimiento de culpa era tal que se lo confesé a mi pareja, que me dejó y de paso contó a muchísima gente lo que había ocurrido para destapar la infidelidad y vengarse.
¿Por qué no me fui en ese momento?
Pues porque ahí estaba mi “maestro” dándome la versión correcta de la situación: mi pareja estaba “oscurecida” por la emoción de los celos y él era el único que me quería con desapego y se preocupaba por mi camino espiritual. El malo de la película, pues, era el celoso de mi pareja y no él. Yo, destrozada y dividida, no pudiendo creer en ese momento que yo hubiera sido abusada por mí “maestro” (como mi pareja me decía insultándome), continué siguiendo al “lama”, pensando que tenía razón él. Y así continué en el grupo unos cuantos años más, ejerciendo el papel de alumna modelo y dedicando mi vida a la meditación y al voluntariado para la comunidad, dejando totalmente aparcado mi desarrollo profesional.
No fue hasta el verano de 2019 cuando por fin vi la realidad. Me enteré de que una mujer había contado haber sido sexualmente abusada por mi maestro unos años antes. Era una mujer de fuera de la comunidad, a la que él había intentado seducir en una ocasión en que la invitó a recibir unas enseñanzas a su casa porque, según él, tenía una gran conexión con una práctica concreta de una deidad femenina budista. Fue en ese contexto que se propasó. Esta mujer no se atrevió a denunciar en su momento pero sí a contarlo. Por suerte esta historia llegó a mis oídos y no dudé de la realidad del testimonio de la mujer. Fui a hablar con el maestro para pedirle explicaciones y me admitió haber intentado hacerle una “terapia” porque tenía “el chakra sexual” bloqueado, pero que la mujer le había malinterpretado. En ese momento, al escuchar sus pobres excusas, la idea que tenía de él se empezó a desmoronar. Dejé de ver al “Lama” y me di cuenta de que tenía delante un HOMBRE, un simple hombre, como muchos otros, que ejercen y abusan de su poder para su satisfacción sexual. En ese momento trabajaba para él. Decidí dejar el trabajo y alejarme.
Me refugié en casa de una amiga.
Al hablar de la experiencia de mi retiro, me hizo abrir los ojos y darme cuenta de lo evidente: aquello había sido una violación fruto de un acoso sexual, ya que ese hombre había manipulado mi consentimiento para conseguir tener sexo conmigo. Esta amiga, que conocía el grupo en el que yo estaba, fue la que me dijo abiertamente que le parecía que había estado en una secta y que si todavía no veía lo grave de lo que me había pasado, era porque estaba todavía muy condicionada por la doctrina del grupo. Sus palabras fueron: “Por favor, quítale el budismo a esto y verás que es muy feo”. Asimilar esta información y darme cuenta de que había estado en una secta fue devastador y empecé a manifestar los síntomas del síndrome de estrés postraumático. Llegué a pensar en el suicidio y estuve muchos meses con ansiedad, depresión y la autoestima por los suelos.
Necesité (y sigo necesitando) ayuda psicológica profesional para reconstruir mi persona y mi vida.
Mi caso y el de esta otra mujer no fueron los únicos.
Hablé con otra mujer, todavía más joven que yo con la que también intentó tener relaciones valiéndose de su posición de Lama. Para ello intentó emborracharla antes. Hablé con otra más, una mujer casada y con un hijo, con la que había conseguido tener una pseudo relación sentimental en la que él era el maestro y ella la aprendiza. No era una relación de pareja normal. Era, según él, una relación de “práctica espiritual”. La jerarquía estaba muy clara y si ella se negaba a ir con él, la llamaba cobarde y le decía que su apego a su familia y su ego eran demasiado fuertes.
Todo esto lo sé porque estas tres mujeres me lo contaron. Hablamos y compartimos nuestra experiencia de abuso sexual y de poder a manos de este supuesto maestro.
Escribo esto para visibilizar los casos de ABUSO SEXUAL Y DE PODER, especialmente hacia las mujeres, en el contexto de los grupos coercitivos.
Escribo esto para que otras mujeres vean que es el mismo patriarcado de siempre: hombres (no maestros, no santos, no yoguis) abusando de la confianza y de su poder para satisfacer sus deseos sexuales.
Da igual con qué discurso espiritual vengan: son agresores.
Beatriz Amilibia.